Este martes, a las 10:00, en el Centro Cultural Casa del Reloj (Arganzuela / Madrid), tendrá lugar la inauguración oficial de la doble exposición del pintor cántabro Enrique Gran “Cuatro esquinas para conocer un genio”, en el 25 aniversario de su muerte.
Desde su obra más íntima, inédita en Madrid, hasta la más mediática como es “El sueño del Titanic”, icono mundial del centenario del hundimiento de la mítica embarcación, pasando por el análisis del legado de este referente de la abstracción española “bajo otras miradas”, las de algunos de los máximos representantes del arte y la cultura de nuestro país, así como la interpretación fotográfica de su obra femenina a través de los ojos del fotógrafo italiano Diego Artioli. componen el encuentro principal de esta programación conmemorativa que se completará con un ciclo de conferencias en el mes de noviembre.
La Concejala Presidenta del distrito de Arganzuela del Ayuntamiento de Madrid Dolores Navarro, el Diputado en Cortes y Vicesecretario de Cultura y Portavoz Nacional del Partido Popular Borja Sémper y Begoña Merino Presidenta de la Fundación Enrique Gran, sobrina del artista, presidirán la inauguración oficial.
El acto comenzará, a las 10:00, en la Sala Primavera (Nuevas Dependencias), finalizando en la Sala de la Lonja de la Casa del Reloj.
Enrique Gran Villagraz, nació en Santander el 2 de noviembre de 1928 y falleció en Madrid el 8 de enero de 1999. Pintor y escultor residió en la capital de la región durante toda su infancia. Como muchos niños de su edad, fue un lector empedernido de los cómics del momento, que le transportaban a mundos imaginarios y que copiaba ávidamente.
Entre 1942 y 1944 estudió en la Escuela de Aprendices las disciplinas de Matemáticas, Física y Química, ciencias experimentales por las que se sintió atraído y que ejercieron gran influencia en su formación artística: la preocupación por los valores lumínicos, la interacción de colores y formas, la energía del universo y, fundamentalmente, la lectura cromática de las obras. En 1945 trabajó como electricista en la empresa Nueva Montaña durante tres años, pero seguía pintando en sus ratos libres. Hizo el servicio militar en Madrid, lo que le hizo retomar su carrera artística, pasando muchas horas en el Museo del Prado.
Encontró el tiempo para asistir a la Academia de San Fernando trabajando sobre el claroscuro en el bodegón y el desnudo. A partir de ese momento alternó su residencia entre Madrid y Santander.
En 1951, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, tras dos años de trabajo dentro de las aulas, gracias a una beca de la Diputación Provincial de Santander. Su paso por la Academia no sólo fue importante en su formación como pintor, sino también lugar de encuentro con sus compañeros y amigos: Isabel Quintanilla, Joaquín Ramo, Amalia Avia, Antonio López, Lucio Muñoz, Francisco y Julio López Hernández y María Moreno, miembros de un grupo generacional plural y sólido a la vez.
Fue becado de nuevo, en 1952, por la Diputación Provincial para ir a París. Su estancia allí fue fundamental porque le permitió conocer la vanguardia histórica, con especial interés en Cezanne, Van Gogh y Picasso. Residió en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria, coincidiendo allí con Carmelo Bernaola, Joaquín Ramo y Eusebio Sempere. Su viaje a París supuso un momento de reflexión artística y de búsqueda personal de su propio camino artístico.
Concluidos sus estudios en la Escuela de Bellas Artes, en 1956, se perciben en su obra prácticas tardocubistas, aunque se vislumbran en sus paisajes conceptos cercanos al realismo expresionista que tenderá a la abstracción.
Expuso por primera vez en la Sala Minerva del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1959, mostrando trabajos totalmente figurativos, lejos de la concepción abstracta que practicaba en su estudio. Fue seleccionado para participar en la Bienal de Venecia de 1960, dentro del pabellón español. Ese mismo año, recibió una beca de la Fundación March para completar su formación y expuso, por primera vez, en Santander en la Galería Sur. En 1961, empezó a proyectarse de forma internacional participando en importantes exposiciones de arte contemporáneo: Palais de Beaux Arts de Bruselas; Wolframs Aschembach; II Bienal de París; Cuatrienal de Finlandia; Spanish Week de Oslo; y Athereum en Helsinki. Vuelto a España, presentó de nuevo su obra en Santander, en la Sala Alerta junto a otros artistas santanderinos (Ramón Calderón, Julio de Pablo). En 1962, volvió a ser seleccionado para representar a España en la XXXI Bienal de Venecia, con los también cántabros Ángel Medina y Eduardo Sanz.
También fue elegido para la exposición Arte Español Actual, que se celebró en Berlín y Bonn. En España, tuvo lugar una exposición individual en el Ateneo de Madrid, dedicándole José Hierro una monografía en los Cuadernos de Arte.
Hacia 1963, su obra evolucionó rápidamente, librándose de cualquier influencia externa. Mostró sus obras en la Galería Sur de Santander; en una colectiva en Madrid titulada Arte de España y América; en Barcelona (Man 66) o en la VI Bienal de Alejandría (1965). En 1966, presentó una serie de piezas que denominó Rompimientos, donde abandonó la obra minuciosa y preciosista de pincelada menuda; este cambio informalista de recuerdo de Lucio Muñoz se constató en su primera muestra individual de la Galería Juana Mordó de Madrid y en la Galería Grises de Bilbao. En torno al año 1967, parece que encontró su lenguaje definitivo se desentrañó para el pintor una realidad física inventada desarrollada con gran fuerza; fueron las muestras de la Sala Alerta de Santander y de la Sala Mainel de Burgos. Un año después, en 1968 se multiplicaron sus exposiciones: XXIII Bienal de Venecia, Kunstuerein de Berlín, Copenhague, Louisiana Museum, etc.
La década de 1970 fue prolífica también en exposiciones, pocas individuales, pero múltiples colectivas.
Entre las primeras cabe citar las de la Galería Juana Mordó de Madrid (1972), Galería Lizaro de Bilbao (1974) y nuevamente en la Galería Juana Mordó (1975). Posteriormente, en 1982, se dedicó a trabajar incansablemente, ajeno a otra cosa que no fuera pintar, participando sólo en la muestra Grabadores Franceses, Grabadores Españoles, que aglutinó los trabajos de los antiguos residentes en el Colegio de España en París y en los de la Casa de Velázquez de Madrid, expuestos en esta ocasión en el Museo Español de Arte Contemporáneo. Fue en esta fecha cuando obtuvo el Premio de la Fundación Juan March. En 1985, participó en el homenaje que se le tributó a la fallecida galerista Juana Mordó, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Colaboró también en la carpeta de obra gráfica Silencios-Momentos, que reunió trabajos de artistas cántabros, editado por el Festival Internacional de Santander. En 1987 expuso en la Sala María Blanchard de Santander, en 1991 en la Galería de San Román de Escalante (Cantabria) y en 1992, en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santander con una importante selección de toda su obra. En 1998, expuso en el Centro Conde Duque de Madrid, donde se recogían los trabajos de su generación, amigos y compañeros, Antonio López, Amalia Avia, Lucio Muñoz, etc. Falleció en Madrid en 1999, víctima de un trágico accidente doméstico.
Su obra, coherente y uniforme, sin embargo, deja entrever tres etapas. La primera, de formación, evidencia una pintura de figuración modernizadora, fuertemente influida por el impresionismo, posimpresionismo y fauvismo histórico fruto de los influjos de los maestros parisinos (Río de la Pila, 1952), a partir de los cuales realizó su propia investigación y evolución personal hacia conceptos cubistas y hacia la abstracción (Pintura, 1954). En su etapa abstractoinformalista (1957-1965) abandonó la figuración y su investigación se orientó decididamente por la abstracción informalista, aunque sin renunciar a determinados guiños figurativos. Es una etapa de plena investigación, donde Gran conjugaba la abstracción con reminiscencias del paisaje surrealista. Son obras trabajadas a conciencia, de generosos empastes, como Recuerdos del Ser (1958), Ángeles en vereda (1959), Al caer la tarde (1963) o Desintegración (1964).
En su etapa final o de madurez (1966-1999) partió de la abstracción absoluta y avanzó hacia una pintura de gran simbolismo. Comenzó con una serie de 1966, que el pintor denominó Rompimientos, abstracta de tratamiento informalista, concebida con la incorporación del collage de papeles pintados, con lo que logró texturas consistentes, una pintura matérica. Su dominio técnico es patente. Esta etapa de “rompimientos” desapareció en 1967 y comenzaron a aparecer los primeros Túmulos, definidos por formas orgánicas en suspensión, cuerpos volátiles sobre fondos neutros cargados de total simbolismo (Túmulo, 1969).