Es un auténtico horror. Como todo el pueblo. No han cuidado absolutamente nada un entorno paisajísticamente precioso y un legado histórico de primer orden. La Atalaya, y más concretamente las fortificaciones del Rastrillar, han sido olvidadas por los dos últimos Gobiernos municipales especialmente, sin dar uso alguno a las mismas, más allá de la disparatada idea de ubicar allí la Casa de la Juventud. También, existe un abandono absoluto de mantenimiento de esta zona, si comprobamos la auténtica selva en que se ha convertido el espacio, mientras las piedras de las fortificaciones que quedan aún por rehabilitar, se van desmoronando a la par que pasa el tiempo. El desinterés es absoluto. Ni siquiera en la consecución del BIC(Bien de Interés Cultural), el Ayuntamiento fue diligente en sus funciones, porque tras la aprobación en Pleno, a propuesta de un portavoz de una formación política en la oposición, en el mandato 2007-2011, no ejecutó el acuerdo y sería la Asociación de Amigos del Patrimonio de Laredo la que culminaría la gestión inacabada del Equipo de Gobierno de entonces.
Esta zona de La Atalaya, por su privilegiada ubicación y belleza es de por sí una autentica fuente de ideas para el desarrollo de proyectos en el ámbito medioambiental y cultural. Y a todo ello se unen vestigios notables de la historia local como importante plaza militar que fue, además de su protagonismo en la guerra de la Independencia. No hay que olvidar que hasta 1841 la concentración de fuerzas militares residía en esta villa, si bien, a partir de ese año, casi a la par que el “Bastón”, que finalizó en 1836, se produce la disolución del Provincial de Laredo. Un primer paso, en beneficio de Santander, ya se había dado, en 1801 con el traslado del Corregimiento a esta localidad y con él la oficinas civiles, militares y económicas.
Existen fechas de permanente recuerdo en la historia de estas fortificaciones como el 23 de febrero de 1814: seis meses de asedio precedieron a la toma del fuerte, durante cuyo tiempo, los vecinos de la villa tuvieron que abandonarla casi en su totalidad, dejándola a merced de los franceses que la guarnecían y causando éstos graves destrozos. Es el brigadier Diego del Barco, quien dirigió el ataque desde la calle del muelle o la Taleta, prácticamente donde se encuentra ahora el monumento erigido en su recuerdo. El militar fue herido en una pierna y retirado a una casa de Colindres donde falleció el 26 de noviembre de ese mismo año. En el combate perecieron 300 hombres. Personaje a reseñar también es el coronel José de Revellón, cuyo apellido da nombre a una de las calles de Laredo, quien fue el más alto Jefe militar del fuerte y tomó parte activa en muchos combates de la guerra contra los franceses. Este enclave, en definitiva, es historia para contar y recurso para tener en cuenta en acciones culturales y de promoción turística, y no enterrar nuestro pasado, como sucede en la actualidad, entre montones de hierbajos, maleza y abandono absoluto. Y las edificaciones derrumbándose a pedazos.
A través de un recorrido, tanto por el recinto que antaño fuera militar, como en sus exteriores, la imagen que se da es deplorable, huele a abandono y dejadez, no existe preocupación alguna por conservar paisajística y monumentalmente este entorno. Nos encontramos ante una extensión de terreno de 41.500 metros cuadrados que dista unos 2.800 metros del monte Buciero y entre ambos se sitúa el abra de Laredo desde donde se divisa toda la bahía de Santoña, un lugar que estratégicamente puso de relieve las fortificaciones y el potencial artillero de las mismas. El necesario adecentamiento de esta zona requiere de la limpieza total y absoluta de todas las hierbas amontonadas y una vegetación espesa. En una acción posterior debe procederse a la recuperación de las fortificaciones situadas en un segundo nivel y que, caso del Polvorín, se encuentra en muy malas condiciones de conservación.
Iniciativas por los Gobiernos del Partido Popular
En la recuperación del también conocido como “el fuerte” se trabajo especialmente en los mandatos municipales 1995-1999 y 1999-2003 con Fernando Portero como alcalde con la rehabilitación de las fortificaciones situadas en lo más alto del monte a cargo de una Escuela-Taller. Una rehabilitación, siempre mejorable a criterio de los expertos pero que evitó, entonces, la desaparición de los pabellones dedicados a la tropa y otras dependencias militares.
Pasados los años, ya en 2013, con Ángel Vega como alcalde, también del PP, un grupo de 20 desempleados del sector de la construcción reacondicionaron el interior de las dependencias del ‘Pabellón de los Oficiales’. Los trabajos se llevaron a cabo a lo largo del mes de octubre del citado año y los artífices de esta restauración pertenecían al Proyecto Integrado de Empleo, ‘Laredo Pro-Mueve 2013’, impulsado por el Ayuntamiento de Laredo y subvencionado por el Servicio Cántabro de Empleo (SCE). Desde entonces no ha vuelto a llevarse a cabo ninguna acción de mejora del entorno y de conservación y recuperación de las fortificaciones.
Unas baterías de costa con historia
Esta fortaleza se levantó a principios del s. XVIII, con el nombre de castillo nuevo de la Rochela, San Miguel o San Gil, que en 1701 se estaba enlosando y en 1702 se encontraba sin artillar, siendo dotada con 8 cañones.
Los franceses potenciaron la fortificación para cubrir la retaguardia de las baterías costeras del monte que dominaba Laredo, ocupada por los españoles en 1812 y retomada por Napoleón en 1813.
El emplazamiento, que por suerte ha llegado a nuestros días, se trata de una sencilla barbeta semicircular formada por sillares. Algunos autores han sugerido con bastante lógica que estos sillares hubieran sido reutilizados de las antiguas fortificaciones. Las obras fueron llevadas a cabo por la III Sección de la Compañía de Costas Nº 13 con sede en la propia Laredo y que se encargaría de las obras llevadas a cabo entre la zona comprendida entre el Cabo de Ajo y la localidad de Oriñón, según destaca el doctor en Historia y especialista en temas relacionados con las fortificaciones costeras en nuestro entorno Rafael Palacio Ramos. Cuenta el mismo autor que “actualmente resulta difícil localizar tanto el refugio como el polvorín debido a la numerosa vegetación existente y porque es bastante probable que los accesos hubieran sido cegados por seguridad. No hay que descartar, eso sí, que el antiguo polvorín fuera reaprovechado para su fin original, sin embargo si comparamos con otras fortificaciones coetáneas, como por ejemplo los emplazamientos de Cabo Mayor o el de Pinares entre otros, los polvorines estaban construidos en el subsuelo, aunque a diferencia del caso laredano hay que decir que no había un antiguo polvorín para poder volver a ser usado, todo sea dicho. Finalmente sí que hay que destacar que al norte del emplazamiento existe una oquedad rodeada hoy en día por unas vallas, quizás pudiera tratarse de la entrada al refugio o al polvorín, pero es una teoría muy pobre ya que resulta inconcebible que esta entrada estuviera situada a vanguardia del emplazamiento artillero y no a retaguardia”.